Llega el frío y a todos nos cambia algo por
dentro, a unos mucho y a otros poco, se acaba el tiempo de (tanto)
esparcimiento y comienza el de (más) recogimiento, pero es raro el que se libra
de alguna pequeña catarsis, aunque bueno, siempre están los que viven en
perpetuo esparcimiento o recogimiento, pero ese es otro tema...
Ahora empezamos a meternos más “hacia dentro”
de todo, en nuestra casa y en nuestro cuerpo. Y es ahí, en el cuerpo, donde
guardamos nuestras mayores posesiones, donde tenemos la caja fuerte llena de
recuerdos, experiencias y vivencias, y donde están nuestros secretos.
En ocasiones tratamos a nuestro cuerpo como
mero continente, como si sólo importara esa caja fuerte, y tratamos de hacerla
más bonita, más cómoda, más funcional, o más agradable hacia los demás. Pero
otras veces estamos centrados en su contenido, en lo que guardamos dentro, en la
parte emocional, en todas esas vivencias que nos acompañan y no paran de
manifestarse en nuestro cuerpo y nuestros pensamientos. En otras ocasiones, nos
centramos en ese contenido pero en la parte intelectual, tratamos de estar más
formados, de tener mayor preparación, más “cultura”, hacer crecer lo que hay
dentro de esa caja fuerte…
Una caja vacía no sirve de nada, y para
guardar nuestros secretos la caja no debe estar rota o deteriorada.
Entonces, ¿cómo es que en el cuerpo no lo vemos? A veces, tratamos de tener una
caja preciosa, con un diseño impactante, llamativo, pero luego lo de dentro es
caótico o vacío. O al revés, estamos tan centrados en tener una alta calidad
interna, que descuidamos la imagen y fortaleza.
Está claro que ninguna de estas situaciones
es la ideal, lo correcto es el equilibrio, y sin embargo, nos pasamos la vida
centrados en una o, no sé qué es peor, pasando de una a otra como si
cambiásemos de canal. Porque el cuerpo es uno, con lo de fuera y lo de dentro,
todo forma parte de un mismo todo que debe convivir en armonía. No
podemos enfermar sólo de una cosa, nuestros músculos, sangre o hígado,
sino que nuestro ser se ve afectado en su totalidad cada vez que algo lo
altera.
Esta es la base de las terapias holísticas,
fuente de la que beben la Naturopatía o determinadas terapias manuales como la
Terapia Craneosacral o la Osteopatía, de las que iré hablando más adelante. “Holístico”
quiere decir que se entiende el cuerpo como un todo inseparable, no como la
suma de todas sus partes, toda la persona está sufriendo un proceso único en
este momento. No podemos decirle a un paciente “Hola, señor cólico nefrítico,
pase usted”, sonaría demasiado raro, ¿verdad? Pero en el fondo estamos
asumiendo que suceda un poco eso cuando los pacientes acuden a un especialista
o incluso nosotros mismos, cuando les recomendamos que vayan a ellos. Se pierde
mucha información, porque nadie va al ginecólogo y le dice que además le duelen
las rodillas o que ha sido abandonada por su pareja, por ejemplo. Esta es la
razón por la que las terapias basadas en este entendimiento completo de la
persona han cobrado una gran importancia en los últimos tiempos, tantas veces
hemos sentido que algo no cuadra que ahora sabemos que es necesario integrar a
la persona dentro de toda su realidad para que nos podamos hacer una
idea de quién es de verdad y qué es lo que le pasa.
Así que cuando vamos a la consulta de un
profesional, en lugar de meter las manos en los bolsillos y echar a andar, debemos preguntarnos
¿lo llevo todo?
Tienes mucha razón siempre vemos el árbol y nos olvidamos de ver el bosque. Es por este ritmo de vida que llevamos que nos olvidamos de lo importante para atender a lo inmediato.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho, sigue así.