En un post anterior aparqué la idea de que
sean otros los que nos curen con la intención de volver a hablar sobre ello en
otro momento.
Muchas veces el paciente entra en la consulta
y dice “arregla esto”, y es que tenemos la idea de que es algo ajeno a nosotros,
que hay personas que nos van a quitar eso que está mal.
Hay un señor que nos arregla el coche, otro
que nos arregla el ordenador, otro que nos arregla los electrodomésticos, nos
hacen la ropa, construyen nuestras casas, nos hacen los muebles, y ¿por qué no?
nos curan. Y es que el mundo de las especializaciones nos ha convertido en muy
sabios en cositas muy pequeñas. Hemos aprendido a dejar en manos de otras
personas lo que en otros tiempos tendríamos que haber hecho nosotros mismos,
porque no se puede saber todo y al final tenemos que elegir. Sin saber cómo,
hemos llegado a vivir en un mundo en el que lo normal es que otros cuiden a
nuestros hijos o elijan el menú que debemos comer, y lo aceptamos. Lo que
sucede es que eso ha cambiado nuestro enfoque y nos ha acostumbrado a que siempre
haya alguien que se dedique a arreglar lo que sea que nos ocurra. Eso no nos
parece malo del todo mientras exista ese profesional y nos lo podamos permitir.
Pero claro, eso a la vez nos ha dado sensación de desposeernos de nuestra
responsabilidad, ¿dónde la hemos dejado? Pues se la hemos dado al señor que nos
arregla el coche, el ordenador, los electrodomésticos… y, claro que sí, al que
nos cura.
Por supuesto, el enfermo acude al personal
sanitario, que es lo que debe hacer, y además va con su mejor voluntad y se la
pone al profesional encima de la mesa “dígame usted lo que tengo que hacer para
curarme, y lo haré”. Ese es un primer paso hacia la curación. Por descontado,
los profesionales hacemos nuestra parte del trato, ponemos todos nuestros
conocimientos y la mejor voluntad en que nuestros pacientes se curen. Los
profesionales somos los “facilitadores” de esos procesos, acompañamos al
cuerpo, como haces cuando enseñas a un niño a tirarse de cabeza, primero tienes
que negociar con él hasta convencerle, le acompañas al borde de la piscina, le
dices cómo se hace, se lo puedes hasta mostrar, pero ahora le toca a él pegarse
panzazos hasta que aprende la forma. Es que para que la curación suceda, el
paciente tiene que hacer su parte. Porque ésta no sucede en otro lugar que en
el propio interior de su cuerpo, que debe tener las capacidades necesarias para
alcanzar la curación, lo que llamamos “el terreno”.
“No hay enfermedades, sino enfermos” se dice,
porque hay gente que enferma y gente que no, personas que se curan y otras que
no.
Ese terreno no es otra cosa que la balanza
entre la salud y la enfermedad, la capacidad del cuerpo de mantenerse en la
salud y las fuerzas de las que dispone para tratar de recuperarla cuando se ha perdido
el equilibrio. Si nuestra balanza se inclina hacia la salud, entonces todo va
viento en popa, pero cuando se inclina al otro lado… bueno, pues no va tan bien
y empiezan a aparecer las goteras.
Esos factores que componen el terreno son
múltiples, tales como la alimentación, el ejercicio, la edad, los factores
ambientales, emocionales, genéticos, higiénicos… Cuando hablo de higiene no me
refiero únicamente al nivel de limpieza corporal, sino también a cuánto
cuidamos el cuerpo, la vida que nos pegamos, si cuidamos los pasos que damos,
si nos ponemos en manos de terapeutas cuando es preciso...
Frecuentemente, a la consulta de los
fisioterapeutas acuden pacientes diciendo “hace 20 años ya tuve este dolor y un
fisioterapeuta me lo quitó en una sesión”, ya, pero ¡de eso hace 20 años! Y a
lo mejor no has vuelto a tratarte. Es muy probable que esta vez sea un poco más
complicado.
Por eso, cuando un paciente entra y me dice
“arregla esto” no puedo evitar decirle con una sonrisa “a ver qué me has
traído”.
Estoy deseando "ver que me traes" en el siguiente post. Me encanta. Sigue así.
ResponderEliminarBesos